jueves, 7 de enero de 2016

Entrevista a Umbral, 2000



Arcadi Espada, el periodista y escritor barcelonés fue el elegido por el periódico El País para entrevistar al flamante premio Cervantes de aquel año 2000. Sus preguntas venenosas acabaron ahogándose como las malas novelas en el fondo de la piscina de la Dacha.


El País, Domingo 17 de Diciembre de 2ooo

“Odiar da cáncer”

Francisco Umbral (1932-2007), periodista y escritor español.

Francisco Umbral, 68 años, último Premio Cervantes, admite que su género es el memorialístico pero señala que ningún escritor tiene una sola cuerda. Confiesa su admiración por Quevedo y Pla antes que por Cervantes y Baroja.

Arcadi Espada 


Todo según el canon en la dacha de Majadahonda. El suave otoño en el jardín y en la casa, aproximadamente, la temperatura de la habitación de Proust. Él va escribiendo en un rincón de la sala, sentado en un ampuloso sillón de mimbre, tipo Emannuelle negra, y tecleando muy rápido la veterana y eficacísima Lettera. Hasta donde alcanza la vista, lleva batín azul, albornoz blanco de algodón, pijama a rayas, pañuelo de seda rosada y sobre las piernas un buen refuerzo de lana.

Lo único inesperado es la piscina, llena de agua. Pero es que los libros podridos acababan corroyéndola y hubo que prohibir el almacenaje.

Me llamó la atención que el día del Cervantes dijera “¡Hemos ganado!” ¿Ese plural?
No, me refería a la nube de periodistas, para decirlo con el tópico, que estaban en casa. Después de varias horas de incertidumbre, se había creado algo así como una complicidad general a mi favor, y por eso usé el plural. Sí, fue por eso.

En cualquier caso, parecía como si hubiera ganado a alguien más que a sus meros rivales.
Es que fue así. Había dos bloques: la Academia y yo. Y gané. Se trata de un viejo tema: la lucha del hombre contra las instituciones. Antes los hombres luchaban contra las dioses. Ahora luchan contra las instituciones. Pero la soledad es la misma.

Como contra los dioses, dice.
Exacto: en la más absoluta soledad. Aunque, claro, en el jurado había gentes que luchaban por mí. Mis mosqueteros. Mis buenos mosqueteros.

Cela...
Cela, Hierro y el crítico de EL PAIS, García Posada. Ellos se batieron bravamente. Cela, con esa autoridad que acojona. Que acojona mucho, ¿eh? Y Hierro, que hizo un informe conmovedor. Conmovedor porque el derrotado tenía que ser un gran poeta, pero sobre todo un gran amigo suyo. Y Hierro dijo, con grandeza, que lo que se debatía no era la amistad sino la calidad literaria.

¿Quién era el derrotado?
Carlos Bousoño. Claro, yo de todas esas cosas me he ido enterando luego.

Claro.
La Academia tenía tres candidatos: Laín Entralgo, Ana María Matute y Carlos Bousoño. Pero el candidato real era Bousoño. Era el que tenía un perfil neto de académico. Se trataba de la Vieja Dama, el Hombre Mítico y el Académico Tipo. Éste era al que había que vencer. Se venció. En fin, Bousoño y yo somos amigos y espero que sigamos siéndolo.

¿Le ha felicitado?
No, pero eso es normal.

Laín y usted, tantos años después del inicio de sus encontronazos, compitiendo por un premio. Ya casi es enternecedor.
Laín no debería presentarse ya a estas cosas. Pero la ambición de gloria es más insaciable que la ambición del dinero. ¿Qué gloria le puede añadir a Laín este premio?

Tenía entendido que nadie se presenta al Cervantes.
Ehh... sí, bueno, lo presentan a uno. Yo no me presento a nada.

Usted tampoco parece ambicionar el dinero.
¿Mis ambiciones? Yo ya lo he ganado todo. Como decía Machado, mis ambiciones se me murieron... el martes. Pero ya le digo, yo no me presento a nada. Esto fue cosa de Cela. Ya lo intentó el año pasado, pero entonces nos ganó Pinochet.

Le ganó un escritor.
Pinochet.

Pinochet sólo firma.
Pinochet escribe mejor que Edwards. Y tiene mucho más mérito que él. Al fin y al cabo Pinochet ha movido a un pueblo.

¿Ha renunciado a la Academia?
Yo estoy al margen de todo. Pero si hay unos amigos que lo llevan a uno, uno no va a hacer nada en contra.

Por lo tanto se ha convertido en un escritor sin ambiciones.
Bueno, digamos que el escritor de genoma como yo tendría otra: escribir un artículo por la mañana y morirse por la tarde. Pero eso sería si escribir fuera para él una pasión. Y escribir es una autorrealización.

Fisiología.
Eso.

Otro de los ecos de su celebración del Cervantes es que con usted habían vencido los modernos.
Entiéndame. Uno, en estas ocasiones, habla para el gran público. Los modernos, en el sentido que puede entender eso cualquiera.

Pero es que usted representa justo lo contrario para otros.
¿Qué otros?

Aguarde... Aquí, en el periódico de hoy, viene Marsé, Juan Marsé, que dice.... Esto: 

“Este premio es la culminación de la prosa sonajero en el mundo madrileño. Que suene, pero a mí me interesa la imaginación creadora al servicio de la ficción literaria, no los fuegos artificiales de la lengua y mucho menos ese manierismo castizo y ese tan celebrado tintineo verbal del desmesurado ego del señor Umbral, un pozo de vanidad que ofende la memoria de la tradición novelística española”.

Muy bien. Espere usted. Ahora vuelvo.

Sí, claro...
...Aquí está... El tintineo... Ya verá el tintineo. Esto es una edición de Si te dicen que caí. Está dedicada. Dice: 

“Para Paco Umbral, el amigo, el escritor, el niño que fue, conmigo, de la postguerra, y del cual he robado estampas e imágenes, de su amigo, con un abrazo. Juan Marsé, Barça, diciembre 1974”. 

Le voy a hacer una fotocopia porque sería interesante que la reprodujera en el periódico, con su grafía. Para que se vea bien el manuscrito. Entonces... ¿qué le ha pasado a Marsé que ya no me roba sino que me insulta? El sabrá. Porque si yo tintineo ahora, también tintineaba hace veinticinco años.

No hay duda.
Pues eso. Yo respeto mucho a Marsé. Me parece un gran novelista. Siempre he hablado bien de sus libros y he escrito bien de sus libros. ¿Qué le ha pasado? El sabrá. Tal vez es que no llegó ni a las votaciones del Cervantes.

Marsé y los veintinco años aparte, hay una crítica concreta de su estilo y de su presunta vacuidad.
El tintineo... No es lo que dicen los críticos, ni los universitarios, de aquí y del extranjero. Al revés, todos hablan de la prosa, la prosa, la prosa de Umbral. Y no puedo pensar tampoco que no sea una prosa moderna. Mire: yo abro el periódico cada mañana y veo como todos los columnistas de entre 35 y 45 años me copian. Todos. No sé si hay otro síntoma mejor de modernidad. Porque no copian a don José Zorrilla, ¿eh?.

¿Y el casticismo?
¿Castizo? El casticismo es la adhesión a lo castizo. Es Mesoreno. Pero no es Larra. En Larra hay un casticismo crítico. Como en Cela. Una vez González-Ruano me decía que Cela no amaba a sus personajes. ¡Claro que no! ¡Cómo iba a amar a un churrero de Vallecas! Es precisamente esa distancia lo que lo separa del anacronismo. La superación del casticismo da el esperpento. Valle. Baroja decía que la única gracia de Valle estaba en que llamaba dátiles a los dedos. Es mentira, claro. La gracia de Valle es haber tratado críticamente el castellano hasta llevarlo al esperpento.

Cervantes es imprescindible

Le han dado un premio que lleva el nombre de un escritor que desprecia.
No lo desprecio.

Es verdad que sólo le ha llamado soldado.
¡Lo es! Es un hombre del pueblo. He señalado los defectos de El Quijote, como los señaló Borges. ¡Sólo faltaría que por este premio estuviese obligado a hablar sólo bien de Cervantes! También me han dado el Príncipe de Asturias y no por eso... Bueno, es igual. Cervantes es imprescindible para un novelista. Pero Quevedo es imprescindible para un escritor. Quevedo es un hombre culto, que lee, que estudia. En Quevedo está todo: el ultraísmo, Mallarmé, todo, todo lo moderno. Los jóvenes barrocos españoles se creen que copian a Umbral y en realidad están copiando a Quevedo.

Cervantes funda un género. Y hace hablar a la novela de sí misma.
El género ya estaba fundado, como debe usted de saber, con Tirant Lo Blanc y las novelas de caballerías.

Quizá hasta Cervantes sólo fuesen libros de caballerías.
Es esa inspiración en un género menor. Es como Santuario y una novela negra. Cervantes es importante para un novelista. Para Marsé, por ejemplo. Por cierto: Marsé me sigue pareciendo El Novelista. Y me lo sigue pareciendo aunque ahora me haya cogido asco. Claro, desde el punto de vista personal, me parece que lo tendré que empezar a odiar. Aunque no, que odiar da cáncer.

Entre sus odios y amores hay un contraste difícil de entender: odiar a Baroja y amar a Pla.
No es nada difícil. No comparten nada.

Lo que menos comparten es la boina.
De ninguna manera. Pla es un escritor inmenso. Busca el adjetivo, la palabra exacta, nunca es descuidado. Baroja es torpe. Torpe como cuando los vascos se ponen a escribir el castellano. Yo sé lo que le costaba al gran Aldecoa sacar adelante su lengua. Pla es asombroso, mima lo que está haciendo, ama la escritura. Baroja se ponía a escribir sin leer lo que había escrito el día anterior. Y es que Baroja escribía novelas. Yo sé lo que es eso. La novela produce una especie de urgencia interior. Cuando yo describo la parra de mi jardín, no tengo ninguna prisa. Pero la novela hay que acabarla, hay que avanzar, hay que correr y acabarla. Eso le pasaba a Baroja y no le pasaba a Pla, que no escribió novelas.

Sí las escribió. Aunque sobre todo intentó escribirlas.
Bueno, sí, en El cuaderno gris hay varias novelas y todo eso. Lo cierto es que en Baroja, de vez en cuando, te encuentras una frase brillante. Por ejemplo, ese autorretrato, cuando dijo “Yo soy un fauno reumático que ha leído a Kant”. Pero Pla es otra cosa. Nada que ver. Pla tiene más ideas y muchas más lecturas que Baroja.

Pla admiraba a Baroja.
Sí, son ese tipo de admiraciones... También yo admiro mucho a Ruano y me dicen que soy superior a él.

Aparte de admirarlo opinaba lo mismo, y casi con sus mismas palabras, sobre el estilo. Y lo que Pla y Baroja recomendaban tiene poco que ver con lo que usted escribe.
Pues mire, a Pla le interesó mucho Mortal y Rosa. Un día Vergés llamó y me dijo que Pla había escrito un artículo muy elogioso sobre ese libro. Y es verdad, lo era.

Con alguna reticencia: “Con menos lirismo también nos habríamos arreglado”, dice usted, en "Las palabras de la tribu", que escribió Pla.
Era un artículo muy elogioso.

Pla apreciaba las obras maestras, aunque no quisiera emularlas.
Quiero decir que eso del estilo... Ya sé que Pla y yo no tenemos nada que ver estilísticamente. Pero le repito que a Pla le interesó mucho Mortal y Rosa.

Pla, y acabo con él, decía que la intimidad era un problema literario irresoluble. Usted se ha ido deslizando cada vez más hacia ese problema.
Siempre lo he afrontado. En "Capital del dolor" hay intimidad; en "Diario de un escritor burgués hay intimidad"; en "Diario político y sentimental" hay intimidad. Aunque es verdad que en 1972, a partir de "Memorias de un niño de derechas" yo comprendo que, en cierto sentido, el género memorialístico es mi género. Antes yo tenía que novelar mi vida. Todo el mundo lleva una novela dentro. La novela de su vida. Bien: lo he hecho. Y luego, con la edad, me he retirado a mis castillos de invierno para hacer intimismo. Pero ningún escritor tiene una sola cuerda. Yo vivo también la vida política, soy en cierta forma un cronista político y de ahí que haya escrito obras como esta última novela, El socialista sentimental.

La voz de sus diarios no es la común en este tipo de géneros. La cotidianidad, íntima o no, suele tratarse con una retórica más cercana a lo que Roland Barthes llamaba el grado cero de la escritura, una escritura sin demasiada euforia.
Si eso fuera una obligación no existiría la poesía lírica. Si esa obligación fuera cierta no existiría Juan Ramón Jiménez.

Creo que usted no escribe poemas.
Ah, sólo hay una diferencia tipográfica entre lo que yo escribo y la poesía lírica. Pero, de cualquier modo, mi lenguaje jamás condescenderá con el grado cero de Barthes, haga lo que haga.

Esta mañana escribía usted una columna sobre Fernando Savater y el compromiso del intelectual.
Sí, la razón de esta columna es algo muy íntimo. De pronto, estos días, con el desasosiego del éxito, yo he tenido como la necesidad de descargar la atención que me prestaban, que caía sobre mí. He buscado a quien estuviera por encima, para señalarlo. Savater está haciendo algo muy importante, mucho más importante que lo que hago yo. No se trata de que le den el Cervantes, de que pidamos que le den el Cervantes, eso sería ridículo, sino de que reconozcamos que se está jugando la vida y que eso es algo insólito en los intelectuales españoles de hoy. Pero ya le digo, la genésis de la columna de hoy es un desasosiego íntimo. Como una necesidad de apartarme del foco.

Un libro contra ETA

¿Por qué usted, un intelectual español, no se juega la vida?
Creo que me la voy a jugar ahora. Voy a sacar un libro contra ETA. Ya lo tiene mi editor. Se llamará Memorial del fuego. Ya ve, incluso ahí, con ese tema, se me escapa el lirismo por el título. Usted perdone.

¿Por qué habría de perdonarle?
El lirismo. No le gusta.

Uno pregunta por boca de muchos. ¿Qué dirá "Memorial del fuego"?
El libro es una comprensión de los nacionalismos. Un reconocimiento de que los nacionalismos tienen razón en muchas cosas. Pero también una condena absoluta de los métodos violentos.

Ya.
La tesis es muy elemental. Pero sólo hay que ver el ejemplo de Cataluña. Ha llegado mucho más lejos que el País Vasco. Negociando. Sin necesidad de usar la violencia ha conseguido mucho más que el País Vasco. Cataluña es el camino.

Usted ha sido periodista en muchos periódicos. También en éste.
Sí, en muchos periódicos. He fundado algunos periódicos y algunas revistas. Como decía González Ruano el español es un golfo fundacional. Es decir, no se limita a echar un polvo sino que se casa y funda una familia. Yo siempre hago lo mismo con todos los periódicos: lo que llamo una lectura inversa. Quiero decir que siempre pienso lo contrario de lo que patrocina el editorial.

Umbral es el hermoso seudónimo literario de Francisco Pérez. Siempre he tenido curiosidad por saber de dónde lo sacó.
De la familia

¿De qué familia?
De mi familia. Umbral es uno de los apellidos familiares. No el primero, claro. Me pareció adecuado para un escritor. Melchor Fernández Almagro, nuestro gran historiador del siglo XIX, al que aún tuve tiempo de entrevistar, me decía que era un apellido judío, como todos los que designan cosas. Una vez el editorial del diario Arriba, sacó con muy mala leche, una lista de los apellidos de la familia de Picasso, demostrando que Picasso era el apellido número veinte. No el segundo, después de Ruiz, sino el veinte. Y descubrió también que era italiano. Lo que, al final, acababa revelando la verdad porque Picasso, por encima de cualquier otra cosa, y como hemos sabido siempre, es un pintor italiano.

O sea que usted es un escritor judío.
Debo de serlo. A distancia. Pero debo de serlo.

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